"Caelum non animum mutant qui trans mare currunt"

25 de agosto de 2011

▪ The Tunnel



Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados. Y era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.

¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.


El túnel, Ernesto Sabato


 

5 de agosto de 2011

▪ Writing (No) More



Ya no escribo. O mejor dicho, ya no dejo de escribir. Quiero decir: ya no escribo como antes. (Y no me refiero a que como antes de escribir, no.) No me siento en el escritorio, no agarro papel y lápiz o la compu, ya no interrumpo otras actividades para escribir. Ya no es un ritual. Ahora directamente pasa algo y lo escribo, pero acá en mi mente. Lo pienso y lo dejo ahí y ya (no) está escrito y ya no importa si se borra o si queda algún registro. Esto mismo que estoy escribiendo ahora (es decir, hace tres semanas) en realidad ya fue escrito. Antes de ayer lo escribí mientras bajaba la escalera y descubría con cada escalón por qué ya no escribía. Ya no escribo porque ahora escribo. Dos conceptos totalmente distintos. Y claro que cuando intento recuperar un texto que ya escribí antes mentalmente, como ahora, no siempre encuentro lo mismo. A veces lo encuentro cambiado, incompleto, distinto. A veces no lo encuentro. Pero lo importante es que en algún momento existió y fue procesado. Lo importante es que escribo para mí (?) y que no necesito ninguna herramienta de escritura externa. Y si nadie entiende, ¿qué importa? Lo importante es que, en ese sentido, ya no hay barreras. No hay obstáculos. No dependo de nada. Lo terrible es que uno puede pensar que quizás eso marque el fin del calabozo como tal, como lo hemos concebido hasta ahora. Lo terrible (y liberador) sería descubrir que ya se ha cumplido con la condena. Pero en realidad sabemos que la condena es perpetua, que el calabozo no tiene fin, que la prisión es de aire y que la condena es la libertad. Que ya no dejo de escribir. Que quizás no habrá palabras nuevas sobre las paredes del calabozo, pero sí en las pupilas y en la piel del prisionero. Quizás el calabozo de aire entre en proceso de mutación y se convierta en un espacio literario distinto, como bien podría ser un espacio de reescritura de textos previamente escritos en función de distintas necesidades. O quizás mañana ya no esté aquí, a la vista de todos. Pero lo que es seguro es que ya no voy a (poder) dejar de escribir, one way or another.

(2011)