Empieza con una tormenta el fin del mundo. Puede venir cualquier noche. Y hay que rezar antes de dormir para estar preparado. Y hay que rezar aunque no sea el fin del mundo, que a la mañana siguiente mamá o papá pueden estar muertos, se mueren durmiendo. Empieza con una tormenta el fin del mundo, mientras todos están durmiendo y suena un trueno despacio. Y relampaguea un refucilo, pero todas las ventanas están cerradas y nadie lo ve. Después empieza a gotear la lluvia. Y un poco más de truenos, como una tormenta, pero nada más. Hasta que empeora de veras, y mamá se despierta para cerrar las canaletas que no se inunden los canteros, y mira porque hay refucilos, muchos juntos, que de golpe parecía de día y se ve todo en el patio, hasta las gallinas duras en el fondo, todas mirando paradas en el gallinero. Y los truenos más fuertes de a poco hasta que uno es como un cañonazo y ya no hay nada que hacer: cae un rayo lleno de electricidad que se hunde en el medio de la plaza y la tierra se parte como un pedazo de carbón. Y un chico le preguntó a la Hermana Mercedes si la lluvia no apagaba el incendio y ella contestó que «era peor», porque «era una lluvia de gotas de fuego», que entonces yo no sé dónde nos metemos, porque se irán quemando las casas como sánguches de arriba por la lluvia y de abajo por la tierra encendida y se viene todo abajo.
La traición de Rita Hayworth, Manuel Puig