"Caelum non animum mutant qui trans mare currunt"

30 de enero de 2011

▪ A Walk to Remember



Y salí del médico y todo estaba bien, los resultados perfectos, y entonces me dije vamos a caminar y doblé en Ituzaingo y sí, me dispuse a caminar hasta casa, es decir, cruzar toda la ciudad. Claro que mi ciudad es modesta y por eso cruzarla es fácil y bueno, todo eso no importa, lo que importa es que yo era ése que caminaba y se reía solo y pensaba y tarareaba alguna canción o hablaba solo y caminaba y caminaba hasta que llegó a un lugar y dijo esta casa me la re acuerdo, las demás no, pero ésta sí, con todos los detalles. Y se dio cuenta de que si seguía por ahí iba a pasar por su antigua casa, donde vivió desde que nació hasta los siete años, con esa galería inmensa. Siete años. Y siguió y no lo podía creer, hacía una eternidad que no caminaba esa calle, porque sí había pasado en auto y estaba al tanto de los cambios ocasionados por el tiempo (para echarle la culpa a algún elemento inanimado), pero caminar por ahí fue tan distinto, porque uno pisa las baldosas y ve todo de cerca y ahí está, ahí vivía la Ñata, me re acuerdo, y ahí al lado Lidia, que en paz descanse, y acá Gloria y en eso llego a lo de la Coca y el porche se había achicado, yo me lo acordaba tan grande, jugábamos ahí a la noche. Y ni hablar del portón de los de Masera, que era gigante y ahora es re chiquito, con ese tapialcito que ya no sirve para esconderme si juego otra vez a las escondidas. Y ahí en frente la vinería y acá vivía la abuela de Tomás y me acuerdo de esas rejas, con esa forma rara, ondulada, circular hacia abajo y qué miedo que tenía al pasar por ahí, por si se me enredaba el brazo entre los barrotes, y ahí no más ya estaba llegando a la esquina y estaba el mercado, también reducido en tamaño. Claro que nada se había achicado, más bien yo había crecido y mis ojos eran otros y por eso.  La galería de mi antigua casa seguramente tampoco era tan inmensa como la recuerdo. Pero entonces doblé y no podía creer que tan cerca estaba el doctor Hernández. De chiquito me parecía que era un viaje eterno ir al médico. Y ahí estaba y al lado la casa de mi profesora de inglés y ahí empecé a no entender nada porque ya no tenía siete años, sino catorce, quince y dieciséis y ya no vivía por donde acababa de pasar, sino precisamente a donde me estaba dirigiendo y si la veo ahora a la profe le cuento que me queda la tesina y listo, me dan el título de traductor y qué contenta se va a poner. Y qué loco todo, ¿no? porque todo estaba en el mismo lugar y antes no me había dado cuenta, todo junto, doblando la esquina, y mis yo del pasado ahora caminaban al lado mío también, porque ya no estaba simplemente volviendo a casa del médico, contento porque los resultados habían dado perfecto, ni jugando a las escondidas con Marianela y Mechita; ahora también estaba caminando a casa después de una clase de inglés o, por qué no, después de un terrible mock test de tres horas agotadoras y me acuerdo que siempre los hacíamos los viernes y era una bendición terminar el segundo writing y entregar el examen y have a nice weekend, see you on Monday y caminar hasta casa recibiendo con una sonrisa el fin de semana. Y seguimos caminando ellos y yo hasta que se sumó mi perrito, que pobrecito ahora está enfermito, porque de repente estaba pasando por donde lo llevo a caminar temprano a la mañana y entonces creí que ya no faltaba nadie y ahí vivía Hipólito y ya llegando a casa dije la pucha, cuánto que uno aprende a conocerse a sí mismo y a armar su propio rompecabezas cuando va al médico y elige caminar en vez de ir en auto.

(2011)