No entiendo. No te entiendo. Eso me atormenta. Me encanta poder entender las cosas, saber cómo funcionan, por qué son así, pero esta vez no puedo. Me esfuerzo por comprender. Creo entender, pero no, finalmente descubro (o creo descubrir) que estoy equivocado. Malinterpreto los signos. Tus ojos me dicen algo, pero las cosas que hacés me dicen lo contrario. Es como un vaivén, un columpio, un balanceo constante. Estoy parado, firme, pero veo algo allá adelante que me interesa y me lanzo hacia el entendimiento, llego al otro extremo con una idea en mente y no, no es así, no parece ser así, no comprendo y el envión me devuelve hacia atrás, al punto inicial, y sin siquiera pestañar ya estoy listo para lanzarme de nuevo, para intentarlo una vez más. Y pienso. Quizás si tomo más envión. Quizás si me paro más firme. Quizás así llegue a vos. Quizás así pueda entenderte. Pero no.
Lo bueno es que el tiempo nunca se detiene y las cosas cambian. Lo bueno es que no estamos condenados a mirar fijamente algo que no entendemos, podemos mirar hacia otro lado, buscar otras cosas. Uno se columpia una vez, dos veces, tres veces… Pero después de varios intentos fracasados, sin comprender, uno termina por cansarse, desganarse, uno se aburre del columpio y de toda la situación confusa, y el vaivén y el esfuerzo cognitivo pierden sentido y uno desiste del intento porque sabe que no importa cuántas veces se columpie, al llegar al otro extremo siempre va a ver lo mismo, el mismo rostro sonriente, cálido y amable, tan cerca por un instante, pero tan silencioso, lleno de pistas contradictorias, indicios inútiles que sólo sirven para confundirnos, en lugar de acercarnos al entendimiento, a la claridad. Y entonces no hay nada que podamos hacer, solo olvidar y avanzar en otra dirección y dejar de torturarse una y otra vez con lo mismo y aceptar que es imposible entender absolutamente todo y que se puede seguir viviendo sin comprender algunas cosas y que un arce puede tener hojas verdes a fines de octubre y que el silencio muchas veces no es azaroso y que si ese rostro que vemos no nos habla, sus razones tendrá.
(2011)