"Caelum non animum mutant qui trans mare currunt"

16 de enero de 2012

▪ My World, What is it Exactly?

  
  
DEL LADO DE ACÁ Y DEL LADO DE ALLÁ:
Mundos intercambiables

Es de noche y estoy en un tren, a nueve mil kilómetros de casa. Hace ya dos meses que estoy lejos o que estoy alejado o que simplemente no estoy. Estar o no estar es relativo. ¿En qué momento exacto, a partir de qué instante preciso se deja de estar en un lado? ¿Cuántos pasos hay que dar, cuántos metros hay que alejarse para dejar de estar ahí? Pienso en mi ciudad y en mi gente y en todo lo que debe haber pasado allá sin mí. Todo lo que debe haber cambiado. Y me doy cuenta de que sí, sin ninguna duda, el mundo (o mejor dicho, “mi mundo”, mi pequeño entorno) puede seguir su rumbo sin que yo esté en él. No soy indispensable, por supuesto que no. Pero ahora me encuentro en otro mundo, en otro país, rodeado de gente que no conozco, hablando otros idiomas. Es todo muy distinto. Ahora estoy en un tren, viajando… Y una oración tan sencilla como esta última puede tener efectos muy dispares, desde no moverle ni un pelo a alguien (probablemente a la mayoría), hasta significar un cambio radical en la vida de alguien, como en mi caso. ¿Yo? ¿Viajando? ¿Afuera? Eso amerita un mega reality check, como diría un amigo mío, que ahora está durmiendo acá a mi lado. Sí, es verdad, aunque me parezca increíble (dadas las circunstancias), estoy viajando, desde Halifax hasta Montréal. Estoy en otro país. Y ya van dos meses. Lejos de todo y de todos. Acá nada me ata a nada. Sigo siendo yo mismo (cambiado, claro, pero yo mismo al fin), aunque tranquilamente podría ser otra persona. Puedo reinventarme con total libertad. Nadie me conoce. No tengo que rendir cuentas a nadie. Lo único que estoy obligado a hacer, quiera o no, es a aprender cosas todo el tiempo, conocer gente nueva, maravillarme con los paisajes, enloquecer un poco más, enamorarme (de lugares, personas, animales, ideas, canciones, miradas), frustrarme, entrar en razón, pensar, avanzar, descubrir cosas nuevas, volver a enamorarme y seguir aprendiendo, seguir transitando mi camino, tomando rumbos inciertos a cada momento, sin planificar ni detenerme mucho. Seguir y seguir hasta que llegue el momento de volver a casa, a “mi mundo”, al que dejé allá lejos, un poco abandonado. Y lo paradójico es que, después de dos meses, este otro mundo nuevo al que vine ahora también es “mi mundo”. Algunos de los desconocidos ahora son mis amigos. Algunos lugares ya los conozco como la palma de la mano. Con el inglés no tengo problema y con el francés cada vez me manejo mejor. Entonces esos nueve mil kilómetros que me separaban de casa desaparecen y voilà, acá estoy. Sí, ahora este también es mi mundo, al menos por un tiempo. Y por más que no quiera aceptarlo, dentro de un mes aproximadamente lo voy a tener que dejar, voy a tener que irme lejos, regresar a la tierra de la que vine. Y como no soy indispensable ni allá ni acá, este mundo, mi nuevo entorno, también va a seguir adelante sin mí, va a seguir su rumbo sin que yo esté en él, va a cambiar, va a recibir nuevos viajeros que vivirán sus propias aventuras y también aprenderán y se enloquecerán y se enamorarán y experimentarán tantas cosas como yo (how unimportant one can really be in perspective!), y quizás con el tiempo, cuando yo ya no esté aquí, este nuevo mundo me extrañe un poco y me recuerde de a ratos, o tal vez, si mis pisadas no fueron lo suficientemente fuertes, el viento borre mis huellas y este nuevo mundo termine olvidándose de mí y me entierre entre las hojas secas de los arces, entre la nieve y el silencio, entre sábanas y libros. Y entonces yo...

(2011)
  
  
 

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