PENSAMIENTOS AL AZAR: De la esencia del calabozo
Los calabozos de aire te atrapan para liberarte. Son perversos. Atrapan tu cuerpo y liberan tu mente. Leés y leés y te atan físicamente y, a cambio de eso, te desatan el espíritu. Y leés y crecés y ascendés. Pero no salís de la prisión. Jamás.
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Y no se asombren si mis textos cambian y un día buscan algo que escribí hace mucho y ya no está o está cambiado y en vez de hablar del otoño habla del verano o en vez de hacerte reír te hace pensar. Porque ya lo decía Borges: todos los textos son borradores y el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.
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Leeme mientras llueve. Leeme tomando mate. Leeme en voz baja. Leeme cuando no tengas nada que hacer. Leeme en piyama. Leeme antes o después de ver una peli. Leeme a oscuras. Leeme sin miedo. Leeme con ganas. Leeme antes de acostarte. Leeme de a poco. Leeme mientras el cielo se oscurece. Leeme mientras truena. Leeme cada tanto. Leeme a escondidas. Leeme como quieras.
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Es un calabozo, sí, una prisión de la que no hay salida. No obstante, no tiene límites. Lo sé, un calabozo sin límites es un oxímoron. Pero no tiene límite porque es de aire. Y el aire es un gas. Y los gases se expanden con facilidad; tienden a ocupar todo el volumen del recipiente en el que se encuentran. Así es la literatura. Así es este calabozo. ¿Hasta donde llega? Hasta donde vos quieras y no quieras que llegue (y un poquito más allá también).
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Por si alguien aún malinterpreta la esencia del calabozo, cabe aclarar que el aire se renueva. Las ventanas están abiertas. No tendría sentido ni sería saludable respirar un aire viciado. El calabozo es aire fresco, nuevo, vitalizante. La puerta está cerrada, sí, pero las ventanas están abiertas. De par en par.
(2010)