PATOLOGÍA: Miedo al suicidioEstaba sumergido de lleno en las páginas de
El lobo estepario (¡qué maravilla!), pero cada tanto se distraía porque hacía mucho calor. Por eso, dejó de leer (se refregó los ojos, se puso de pie) y fue al baño. Se mojó la cara un poco (¡qué frescura!) y, con las gotas bajando por su rostro y los ojos cerrados, tanteó en busca de la toalla blanca. No la encontró. Abrió los ojos y miró
con miedo lentamente hacia abajo. Allí estaba, en el suelo. La toalla, ya vieja, se había suicidado.
Ahí no más entró en pánico. Las gotas le caían y no tenía toalla. La había perdido para siempre. La tomó con cuidado y la
enterró dejó en la pileta del lavadero. Corrió enloquecido al otro baño de la casa temiendo lo peor. Tristemente, esa otra toalla, que otrora había colgado desde lo alto, yacía ya sin vida sobre la pileta del baño. "Es el fin", se dijo con amargura. Agitado, siguió corriendo por la casa. En la cocina, una servilleta usada se había
tirado caído de la mesada al piso. En la entrada, las llaves estaban al pie de la puerta, como si hubieran intentado
saltar y quitarse la vida escaparse, sin éxito. En su dormitorio, algo de ropa yacía
pálida y fría inerte en el suelo (claro que su angustia es entendible: se sentía usada).
Se detuvo frente al ventanal que daba al fondo y vio que las flores blancas del ciruelo también se suicidaban, una tras otra. "Hoy todo tiene que morir", se dijo. Pero en realidad no era una obligación, sino una voluntad: todo
quería morir. En ese mismo momento, mientras todo caía y se desplomaba, temió profundamente (¡Dios no lo permita!) que se produjera un suicidio en masa, sin saber que en cuestión de pocos minutos (Dios permite todo) se largaría a llover.
(2010)