"Caelum non animum mutant qui trans mare currunt"

19 de enero de 2010

▪ Happy Tick-tack-day!



VENCEDOR


Después de tanto tiempo vivido, me cansé y dije basta. Estaba seguro de que había llegado el momento de ponerle fin a esa locura. ¿Quién se pensaba que era para controlarme así? Cuando faltaba poquito para mi último cumpleaños decidí vengarme. Elaboré un plan no del todo perfecto, pero que me permitiría lograr mi objetivo: que dejara de decidir por mí. Cuando oficialmente cargué con 365 días más —y encima tuvieron el tupé de felicitarme— por fin pude llevar a cabo mi venganza.


Entonces, sin explicarle nada, lo convencí para que saliéramos juntos a caminar esa tardecita. Le hablé bastante de mi infancia, de qué rápido que pasa el tiempo, de las cosas que vamos perdiendo. Le hablé de mi vida, de mi calabozo de aire, de las presiones sociales, del tiempo climático y del tiempo cronológico. El muy descarado ni se inmutó. Ni se dio por aludido, con esa mirada perdida tan típica de él.


Entonces, sin que se diera cuenta, fui desviando el rumbo. Lo conduje hacia las afueras de la ciudad y, después de mucho caminar, por fin llegamos al bosque.


—¿Ves que no te miento? —le dije. —Ya se hizo de noche… ¡Qué rápido que pasa el tiempo!


Me devolvió un silencio incómodo. Nada más. Lo que pasó después no lo sabe nadie. Los únicos testigos fueron la luna y las estrellas.


Entonces, sin decir una palabra, lo miré fijo, con maldad, como nunca miré a nadie. Mantuve esa fría mirada durante varios segundos, que mi víctima bien pudo contar (uno, dos, tres, cuatro…). Entonces, sin previo aviso, cerré rápido los ojos, respiré hondo, levanté mi mano derecha bien alto, dejé pasar dos segundos y la bajé velozmente, como si fuera un rayo. Arremetí sin piedad contra mi muñeca izquierda. Forcejeé con mis dedos. Logré liberarla. La solté de esas cadenas, de esa maldita correa de cuero. La victima cayó inconsciente a la tierra. La pisé una y otra vez hasta cerciorarme de que su corazón ya no latía, de que ya no hacía tictac, de que ya no tenía poder sobre mí, de que ya no me obligaría a sumar días, horas, minutos, segundos a mi vida.

Entonces, sin ningún tipo de remordimiento, levanté mi ex reloj y busqué un lugar donde enterrarlo. Un lugar en el que pudiera descansar en paz para siempre, en esa horrorosa eternidad a la que tanto temen los relojes. Un lugar físico donde dejarlo; porque en mi vida ya contaba con una ubicación temporal: era parte de mi pasado y yo era feliz y libre y vencedor.

PD: Las mañanas ahora no tienen fin.

(2009)





4 comentarios:

Ezequiel Martin Barakat dijo...

Excelente!
Estoy a punto de sacrificar a mis verdugos...por dónde empiezo? he contado y me rodean, tiranos, casi 7 relojes en mi casa; esto de leer cosas que aún le despiertan la conciencia social, me parece que no es negocio.
abrazo:) ezequiel

Kris Diminutayazul dijo...

Bestial, en serio... con la obsesión que creo que ambos tenemos por el tiempo, por su excesiva importancia... hay que olvidarse de él de vez en cuando. O intentar asesinarlo, para siempre... eso sería lo perfecto.

P.D.: como verás, he utilizado para mi cortometraje de la facultad una de las maravillosas canciones de Yiruma que descubrí gracias a tu blog... y ha sido el puntito perfecto, la pieza que faltaba por encajar.

Muaks!

Pura López dijo...

tenes algunas frases muy geniales en cada entrada.

YESS dijo...

no se si es la música, o lo que escribís... pero se me pianta un lagrimón....


...Dejamos que pase el tiempo, olvidando que este tiene un límite...