"Caelum non animum mutant qui trans mare currunt"

20 de enero de 2010

▪ Afterthoughts of a Party



Odio los textos ficcionales largos e interminables, pero hoy es un día excepcional en muchos sentidos, así que ¡adelante con las excepciones (y las longitudes)! Pero antes, aclaro: ojo, yo soy muy positivo, casi siempre. Es más, puedo ser asquerosamente positivo y todo color de rosas, ¡todo!, y entonces la paz. Pero hoy no, ahora no. Así que si no querés, no me leas, porque me florece el mal humor como una enredadera en una primavera tormentosa (aunque sé que no me durará mucho) y no me hago responsable de la rabia momentánea que me brota y que no esperaba y que no quería, pero me brota. Además, lo que sigue es materia gris pura (y extensa, engorrosa) y te aseguro que no es agradable leer mis pensamientos llenos de paréntesis cuando hace calor y es (casi, para algunos, los no privilegiados) imposible lograr entenderlos (y es personal, mío, propio). Fluyen tan desordenados e ilógicos que arranco ahora mismo.

No me gusta que vengas a mi cumpleaños con mala onda y como si yo estuviera pintado para terminar yéndote así como llegaste veinte minutos después, porque tenías que estar en el trabajo a las 10 de la noche. Y encima me regalás un reloj. A ver… Sé que no es tu culpa, primo, porque no me conocés, pero… ¡Sorpresa! ¡Un reloj! ¡Justo cuando acabo de matar al mío acá, en la ficción! (Porque todo esto es ficción, no te olvides, ficción en serio, esto también.) Miento, el reloj me lo dio Leo, y me río ahora, como si importara quién hace tal regalo (ya está hecho, ¡ya está!).

Y después tenía que venir él, ya viejito, el padrino de mi hermana (los míos, no tan viejitos, no vinieron, ni nunca más van a venir, ya no pueden, así es la vida), tenía que venir él, ingeniero industrial (“ahí está, poné la bandeja en el centro, en una posición equidistante de todos los comensales”). Y por tercera vez en el verano (y sólo nos vimos tres veces) me preguntaste a qué dedico mi tiempo en las vacaciones (fue lo primero que me preguntaste, en los tres casos, lo primero). Y las tres veces con las mismas palabras y el mismo tono de voz. Porque yo puedo ser muy despelotado para varias cosas, pero con la palabra no, con la palabra no se jode. Y yo grabo lo que escucho y lo que leo y aprecio el lenguaje (y es problema mío). Y yo te di por tercera vez en el verano la misma respuesta (una amplia gama de actividades de mi interés), aunque realicé modificaciones en la selección léxica y sintáctica, porque odio las repeticiones innecesarias. Por suerte esta vez sí zafé de la pregunta “¿y a qué hora te levantás un día de semana?”. Sé que querés escucharme de nuevo decir que duermo hasta el mediodía para resongar porque vos tenés como doscientos años y en tu época los jóvenes… Pero yo si quiero duermo y duermo y no me importa. Es mi cama y es mi mañana. Y ni quiero pensar cuando se me acaben las vacaciones (ya pasó más de la mitad y el tiempo se agota, maldito tiempo) y llegue ¡el fin! y de nuevo tenga que programar el despertador/celular para que me corte el sueño a las 4.45 am y así pueda viajar (yo no voy simplemente, yo viajo a) la facultad. Igual te quiero porque me gusta mucho que seas uno de los pocos que razona, como (casi) todo ingeniero, y también emanás mucha tranquilidad, punto a favor. A diferencia de tu señora, que lo lamento en el alma, pero no la quiero y me reservo el derecho. No es intencional, pero de cinco comentarios que me hace (si es que llegamos a cinco), cuatro me desagradan y no sé para qué me gasto en seguirle el tren si igual es medio sorda y no me oye, ni te oye. No oye a nadie. Y hay que repetirle. Hay que gritarle.

Gracias, tío, porque no (me) hiciste nada y eso fue un oasis en el desierto. Pero tu esposa, ¡ay, Dios! Le traje dos diarios locales para ver si había salido publicado el fallecimiento de no-me-acuerdo-quién. Y dale con que tengo que robarle el auto a mi viejo o a mi hermana y salir a manejar por ahí (?) porque ella se arrepiente de no saber manejar, ella se arrepiente, ella. Y yo sé manejar y tengo mi registro, aunque no ande ahora en auto. Y lo sabe, pero le gusta decírmelo igual. Y que no hablen pavadas con eso de que mis tíos y primos no tenían mi celular porque yo soy más tímido que mi hermana, así dijo mi tía. ¿Y por qué yo sí tengo el celular de ellos? Porque las cosas se piden si realmente se las quiere. Excusas, quizás. Porque si me querían saludar, igual podían llamar al teléfono de mi casa (después de todo, ¡allí vivo!, ¡aquí, en mi calabozo!) o al teléfono de mi hermana, y ahí me encontraban (¡lo saben!). Pero bueno, desde la playa un “feliz cumple no tengo el número” al celular de mi tía (“¡mirá lo que te puso Juan!” me dijo y me hizo leer) lo arregla todo, aunque no tenga ni siquiera una coma. Igual ya está, cuando me pidió mi tía que le arreglara la hora de su teléfono (estaba adelantado, tuve que retrocederlo, retroceder todo, volver atrás y hacer más larga la noche), cuando me pidió que le cambiara la hora, también le agendé mi número (y también se lo di a mi tío antes de irse). Ahí lo tienen.

Y se fueron, ¡el fin!, todos juntos, y empezamos a hacer orden y a traer cosas a la cocina para lavar y los manteles y las sillas y a guardar todo lo que sobraba (comida para todos por un mes, más o menos). Y ahí mismo yo quería estallar porque ya se había acabado, ¡el fin!, y todo había vuelto a la normalidad, pero yo me sentía lleno de cosas como si Virginia Woolf me estuviera narrando a mí mismo (como si yo respondiera a su voluntad) y tuviera que ir de la cocina al living a decirle a nadie “fear no more the heat of the sun”, justo después de celebrar una fiesta, pero sin flores y con veintiún años (y sí, lo admito, me paré frente a una ventana a contemplar el cielo de noche, y no, no era Londres, and the leaden circles didn’t dissolve in the air). Y entonces mi papá tira sin querer un platito de cristal al suelo y se rompe y tardé un poco en convencerme de que no había sido yo el que había caído y se había roto en minúsculos pedacitos. Para qué, me pregunto ahora, si mientras secaba lo que mi mamá lavaba, quebré sin querer el borde de una copa. Inutilizable ahora, aunque el daño fue menor (el de la copa). Y así son las cosas, pensé, en la ficción.

Y el pantalón me queda chico (¡el horror!), y el cinturón me queda grande (¡la incoherencia!), y el reloj... Y mi mamá me dijo que me iban a regalar muchas remeras (omitió un detalle: invisibles).

Pero ya pasó y no todo fue negativo hoy, porque recibí ochenta y cinco saludos en el facebook (y sí conozco a los ochenta y cinco, no son gente equis), tres mensajitos de texto y cuatro llamadas por teléfono (¡gracias, gracias, gracias!). Hubo gente que no asomó cabeza, pero entiendo que son vacaciones y uno se pierde en el calendario como una vez hizo Esperanto y es lógico, es lógico, no los culpo. Por eso aprecio doblemente (y en algunos casos, los más sinceros, triplemente) a los que se acordaron (o les avisaron, no importa) y me saludaron, es decir, decidieron usar unos segundos o varios minutos de su vida conmigo, usarlos conmigo, hoy, y lo atesoro muchísimo. Y ahora —2.45 am, cuando termina (¡el fin!) la canción 20 de enero de La oreja de Van Gogh— voy a poner pausa a mi cerebro, ¡el fin!, y me voy a ir a dormir (¡y no me voy a levantar hasta el mediodía, señor ingeniero!). Lo bueno es que el mal humor se va (se seca la enredadera porque sale el sol con fuerza; la primavera tormentosa muere, quema el verano) y pesan muchísimo las cosas lindas del día (¡cómo se invierte la balanza!), porque hoy terminé de leer un libro excelente (y lo puse en la biblioteca, justo ahí, en ese lugar, donde sentí que tenía que ir) y también mejoré con el piano y empieza a sonar de mis dedos Comptine d’un autre été (aunque está difícil). Estas cosas lindas (me) pesan muchísimo, porque en definitiva hoy fue un día hermoso (maravilloso, con solcito fresco de verano), hoy fue cuando me saqué las mejores fotos con mi mamá, que tanto la quiero, en el fondo de casa, las mejores fotos y ella me hizo una torta fenomenal y no me importa nada más y sé que soy feliz, pero cada tanto necesito descargarme y entonces escribo (siete párrafos, siete), amo escribir, y después sí, soy feliz. Desconexión programada en 3, 2, 1.

(2010)






4 comentarios:

Sheila dijo...

Hoy cuentas con una prisionera más. Me gusta como escribes y te animo a seguir así.

Kris Diminutayazul dijo...

Y al final lo que queda son esas cositas lindas, o al menos es el eco que tiene que quedar en nosotros al final del día...
eso y las palabras, esa que al derramar te hace tan feliz y de lo que a muchos nos hace también feliz ser partícipes.

Ah, y hablando de felicidad, por supuesto, por supuestísimo, felicidades :)

Sheila dijo...

has descubierto una S de Saussure el Suizo :) y de ChomSky con la S en medio...
Yo también trabajo con el lenguaje (traducciones, idiomas, filología, linGüística...)
Espero seguir leyendo entradas de lo que parece ser un compañero de andanzas.
Un abrazo desde España

Soñador dijo...

Me encantó esta entrada Ed. Sí, los cumpleaños son "todo un tema" con las personas que se interesan y las que no; las que a vos te importan y las que no.
Lo positivo acá es que por suerte, ya terminó. ¡Ah! Y te cuento que no sos el único que en vacaciones duerme hasta casi el mediodía.