¡Felicidades! Llegó el día la noche. Esta vez con otra pérdida. Aunque no tan perpetua, espero. Igual reconozco que no me gusta así. Prefiero como antes. Todos juntos. Esta vez, uno menos. O dos; pero espero que cierta personita no me falle. De lo contrario, el horror.
FIN DE AÑO EN PLURAL
Hoy nuestro personaje se siente raro, porque llegan las fiestas y con ellas, la desunión. Eso pasa cuando la familia deja de ser eso y pasa a ser las familias. Nuestro personaje se ríe y piensa “lo que me faltaba, sentirme raro por culpa de dos letras ‘s’ que encima se invitaron solas”. O como dirían los que saben, por culpa de la pluralidad de un sintagma nominal. Se supone que las fiestas de fin de año tienen que traer unión, paz, felicidad; pero ahora habrá algunos por acá y otros por allá, con las nuevas prolongaciones familiares que se formaron, como las ramitas de un árbol recién crecidas que todavía no se sabe si se las terminará podando o no. En el fondo no es nada grave. No hay peleas ni enfrentamientos ni descontentos ni rupturas internas, como lo quieran llamar. Es sólo una ausencia temporal (esta vez). Lo feo es que, dadas las circunstancias, nuestro personaje descubre realmente cuán solo está. Y no me refiero a la soledad del silencio ni a la ausencia de gente en general. Porque igual habrá otros a su alrededor, por supuesto. Nuestro personaje está solo porque no se conecta justo con esas personas. Ojo, no es del todo su culpa. ¿Cómo va a conectarse realmente con gente que sólo ve una o dos veces al año, a través de máscaras y regalos? Sería algo así como un caso de misantropía espiritual testaruda y selectiva. En fin, como siempre estaban ellos, además de esas personas, no había problema. Ahora, en cambio, teme que la noche se haga interminable, incómoda e insípida. La noticia llegó así: “tu hermano va a pasar la navidad en lo de su novia”. Y ahí fue cuando nuestro personaje sintió frío en pleno verano. Lo sintió irse por allá, con esa nueva prolongación familiar. Lo sintió alejarse y dejarlo solo, en el medio de una fiesta, entre tanta gente con la que no se conecta y con una copa solitaria en la mano esperando el brindis y el fin de la calamidad.
Ojalá que nuestro personaje no exista, porque estoy seguro de que, al ver su copa a las doce, lo invadirían unas ganas agobiantes de ser una de esas burbujitas inocentes que suben y llegan a la superficie y desaparecen y ya no son más que pasado y nadie se da cuenta.
Edición (muy necesaria) pos-nochebuena:
Cambio ra-di-cal. Podrán llamarme bipolar, ciclotímico o como quieran, pero no conforme con lo anteriormente escrito, en este mismo momento, horas más tarde (ya habiendo brindado y feliz navidad y jojojo y cuántos regalos y cosas dulces y mañana empezamos el régimen y cuánto falta para las doce y miren allá esos fuegos artificiales y qué susto esa explosión y ¡allá vi el trineo, Tomi! y mamá, quiero upa), justo ahora, antes de que la mi noche acabe y me hunda en mi cama, quiero cambiar la historia o al menos continuarla un poquito más. Propongo que nuestro personaje se sienta raro, sí, pero por el motivo contrario. Que poco a poco la noche sea sorpresivamente genial y le demuestre todo lo opuesto a sus expectativas. Todo, todo, todo. Como que la pérdida en cuestión no lo afecte tanto por estar sentado precisamente justo entre dos personas con las que sí se conecta, las dos personas más importantes de su vida (no, no le falló esa personita). Que la lluvia amenazadora huya despavorida y sin dejar ningún rastro. Que hasta su regalo de navidad le genere empatía (lo cual no es común) por la frase que tiene escrita, a saber: “El arte es un don que repara el alma de los fracasos y sinsabores. Mi alma pendulaba a la deriba hasta el momento crucial en que me llegaba la decisión al alma, y entonces, avanzaba hacia ella cuelaquiera fuesen las consecuencias”. Lástima el error de ortografía y el de tipeo, lo sabe. En fin, propongo una noche tan fantástica como inesperada para nuestro personaje. Y me reservo el resto de los motivos, que fueron tantos que ni los puedo contar. Como esa torta de frutillas que ahora descansa majestuosa en la heladera (totalmente inesperada) o esos mensajitos tan lindos que reconfortan el alma (tampoco esperados), entre tantos otros. Fueron la perfección misma sintetizada en una noche. Todo marchó impecable, de comienzo a fin. Absolutamente todo, hasta el más pequeño detalle. ¡Ni que hubiera tomado un traguito de la poción Felix Felicis! Una noche tan genial que nuestro personaje termina mirando el cielo despejado y diciéndole a las estrellas: “Gracias, soy feliz”.