Hoy lo sé más que nunca. Cuanto más fuerte es una presencia, más dolor causa su ausencia. Y Keo, mi perrito, era el que más fuerte ladraba acá en casa. Sobre todo a la hora de comer. Pedía comida hasta quedarse afónico, prácticamente. Culpa de la medicación, claro, que le causaba polifagia, polidipsia y poliuria. Pero hoy no ladró y cenamos en silencio. Lo vamos a extrañar tanto, tanto. Y nos angustia mucho ver tantas cosas en la casa que gritan su nombre. Porque vemos, por ejemplo, su correa o su almohadón o su alimento, pero no lo vemos a él ahí al lado. Vemos muchas cosas que lo evocan, pero al seguir el hilo conductor, Keito no está del otro lado. Es evidente: hay un vacío que es imposible de llenar. Pero supongo que es cuestión de acostumbrarse a todos estos cambios inevitables. Malditas costumbres, ¿no? Desaparecerán las correas y su alimento. Su shampoo y su cepillo. Sus trapos y sus sábanas. Pero no hay nada que me quite de la memoria esos alaridos desesperados de hoy a la tarde. Ni sus ronquidos. Ni sus mimos. Ni su colita contenta agitándose al ver comida. Ni sus ojitos enternecedores. Eso no se borra jamás.
(2011)
5 comentarios:
Un gran abrazo desde acá.
De corazón, de esos que dejan marca y permiten compartir el peso de todo aquello que nos agobia.
qué chulo el perro!
cómo te va?
Eh llegado aquí a causa de youtube, me gustó mucho tu blog, siento mucho lo de tu perrito, eh sentido ese dolor y es muy agudo.. Pero la gracia de los momentos felices son eternos.
Saludos =3
Son momentos tristes. Pero después te vas a acordar con alegría de las cosas lindas. En general, pasa eso.
Yo también perdí a Kobu, mi labrador, hace unos meses. Es irreparable. Lo sabemos.
Sólo quedar recordar lo perro que te hizo sentir, el amor incondicional y los cariñitos regalados.
Ánimo.
Es un placer leerte.
Te animo a seguirme en Género y Ciudadanía.
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