Lo que acá te voy a contar es mentira, y te lo digo de entrada, ¿ok? Basta de hacerle creer al lector que las historias son verosímiles. ¿En qué cambia que pienses que un acontecimiento realmente apareció publicado en un diario o que algún pariente mío fue testigo de cierto hecho atroz? Basta de inventar fechas y hacerlas pasar por verdaderas. Esta historia es falsa.
EXPERIMENTO LINGÜÍSTICO FASE I
El personaje principal (y único) de esta historia, Esperanto, no existe y por ende no tiene nombre. Vive en un pequeño pueblo al sur de la isla de Mandiocah, en el océano Pacífico, lo cual no es cierto. De todos modos, lo que te voy a contar es tan falso como interesante, así que prestá mucha atención. Esperanto hablaba siete idiomas, uno cada día de la semana. ¿No me creés? ¡Lo bien que hacés! Pero imaginátelo igual. Lúnez ezpañol, ¡y olé! Marrtes rrusso, aunque nadie le entiende lo que dice y escribe en cirílico. Miércole italiano y come la pasta con la famiglia unita. Juevecinho português y ama el carnaval, la playa y el jiu-jitsu. Viegnes fgancés, bien nasal, sobre todo cuando anda resfriado. Zabatto japonés, aunque así suena en italiano, ¡lo sé! y me declaro culpable (watashi wa culpable desu!). Dominngtag alemán y come würstchen con puré, solito (¡!), todos, todos los dominngtag. Hasta aquí la situación inicial. Ahora, la fuerza perturbadora que introduce el caos. Un día (no te voy a decir cuál), se propuso aprender un nuevo idioma. De chiquito siempre le gustaba leer y releer Las mil y una noches y, entonces, quiso aprender árabe. He aquí el conflicto: ¡la semana sólo tiene siete días! ¿Cuándo hablaría el octavo idioma? Después de pensarlo mucho y ya habiendo aprendido a decir en árabe los números, los colores y varias expresiones (“mi nombre es Esperanto”, “hay un gato sobre la mesa”, “¿dónde está el baño?”, “en toda producción textual, tanto oral como escrita, subyace la función informativa”) tomó la trágica decisión de suicidarse. Primero se deprimió y se dijo en mentalese (language of thought) que no volvería a hablar nunca más. Y así fue, enmudeció por completo. Después dejó que los días pasaran hasta perderse en el calendario y no saber en qué día se encontraba. No le costó mucho. Se imaginarán que para alguien como Esperanto (que en paz descanse) no es necesario recordar fechas en forma numérica. Es más fácil decir “hice tal cosa el lúnez” o “tengo planes para el viegnes”, porque cada día era un idioma distinto, desde que se levantaba hasta que se acostaba. En fin, enmudeció y se perdió en el calendario y entonces dijo ma'assalama y saltó. No sé qué pensarán ustedes de este final (suicidio = fuerza ordenadora), pero si yo hubiera sido él, habría decretado algo así como hablar árabe los días feriados o, si esos eran pocos, los días lluviosos y con viento del este (días que abundaban en la isla de Mandiocah, en el océano Pacífico, lo cual no es cierto). Al menos Esperanto no se quitó la vida por no poder ponerse un pulóver (pensá, pensá dónde leíste esto). Y ya sé en qué estarás pensando vos, profe de literatura… No, no hay párrafos en esta historia, así que ¡no los busques! Mejor, anótense en algún curso de swahili y después hablamos.
(2009)
1 comentario:
Me gustó mucho!
"En toda producción textual, tanto oral como escrita, subyace la función informativa"... jejeje. Genial.
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